lunes, 26 de enero de 2009

Yo soy aquel negrito

El jingle es uno de los ejemplos más claros de cómo un recurso publicitario puede encumbrarte o hundirte en la más absoluta miseria. Todos recordamos jingles antológicos, de los que han marcado época. Todavía nos levantamos cantando la canción del Colacao y nos vamos a la cama entonando la melodía que hizo famosa a la familia Telerín. Y es que, cuando están bien hechos se te incrustan en el cerebro, a niveles tan profundos que ni Freud sabría determinarlos y, por más años que pasen no puedes deshacerte de ellos.

En mi opinión, hay que llevar cuidado a la hora de decidir usar un jingle para publicitar una marca o producto. Es un recurso efectivo, pero en malas manos puede ser muy peligroso. Por ejemplo, si soy una tienda de barrio o pequeña PYME de tres al cuarto, nunca aceptaría que la agencia de publicidad que me lleve estos asuntos o la emisora de radio de turno, me hiciera un jingle para darme a conocer. La experiencia me dice que suelen ser tan cutres que los pelos se te ponen como escarpias cada vez que los escuchas. Para colmo, por los servicios artísticos prestados, lo más probable es que la broma te salga por un ojo de la cara y lo único que consigas sea despertar la vergüenza ajena en tu público objetivo.

En muchos de estos casos, el problema nace del propio anunciante, cuando el típico sobrado propone La Brillante Idea: “Oye, ¿y por qué no hacemos una canción pegadiza para la radio?”. ¡Error!, sólo unas pocas marcas privilegiadas, con un equipo de creativos millonario detrás, de esos que conducen un porche y veranean en las Seychelles, están capacitadas para usar este recurso. Para el resto, es una decisión tan peligrosa que, en los catálogos de publicidad de las agencias regionales, debería venir acompañado de una señal de esas que se usan para advertir de “pavimento deslizante”.

Voy a contar un caso concreto. Llevo unas semanas siendo atacada por un jingle de éstos. Una Pyme de gestión empresarial que está invirtiendo miles de euros en amargarme las mañanas, a mí y al resto de los murcianos que escuchan OndaCero antes de irse a trabajar. Todo apunta a que no se han dado cuenta de lo desagradable que se hace el anuncio y del efecto negativo que puede tener sobre su imagen de marca.

Existen tantas y tan variadas maneras de hacer un anuncio efectivo que resulta sorprendente que algunas empresas terminen decidiendo recurrir al jingle. Quizá hayan escuchado alguna vez aquella fantástica frase de Oscar Wilde y han hecho de ella su máxima en publicidad: "Hay solamente una cosa en el mundo peor que hablen de ti, y es que no hablen de ti."

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es la solución...