Muchos de mis conocidos saben que peco de intolerante cuando se trata de estereotipos en publicidad. Me cabrea ver las artes que llegan a utilizar las agencias de publicidad con la excusa de vender más, cuando en realidad lo que quieren es llamar la atención. En más de una discusión acalorada he defendido a capa y espada que la publicidad debe ser responsable con la imagen, estereotipos y valores que transmite a la sociedad porque, seamos realistas, al final el que más por el que menos termina siendo un borrego que se deja atrapar por los canon de belleza y estilos de vida que ve por televisión.
No pocas veces he oído el recurrido discurso de que los publicistas no tienen el deber moral de educar, que para eso están los padres y los profesores. Yo no soy de esa opinión. Para mí, cualquier contenido que se muestre en televisión en horario infantil (de madrugada que pongan lo que les dé la gana) debe guardar cierta responsabilidad social. Sé que es un arma de doble filo. Ya me estoy imaginando a todas esas organizaciones, férreas defensoras de la ética y la moral, frotándose las manos, poniendo cortapisas y buscando insultos publicitarios donde no los hay. Sin embargo, no podemos mirar para otro lado y hacer como que no va con nosotros. La publicidad es responsable, al igual que el cine, la moda y otros tantos, de los valores, la estética y los modelos de comportamiento que heredarán las nuevas generaciones.
Y todo este discurso seudoprogre viene a raíz de una noticia que leía ayer tarde sobre el despido de una modelo (Filippa Hamilton) por sobrepeso. Parece ser que la firma Ralph Lauren consideraba que la modelo excedía la talla necesaria para lucir sus prendas y decidió, en su última campaña, disimular el sobrepreso de la chica con ayuda del photoshop. Las fotos retocadas son un insulto a la vista (os dejo el enlace para que juzguéis por vosotros mismos) más si cabe cuando leemos la talla de la modelo que con una altura de 1,77 pesa 55 kilos. Si eso es gorda, que venga Dios y lo vea.